Cuando Julián
de Torres se miró al espejo no pudo entender que de su cabeza nacieran dos enormes
orejas de asno. Este, confundido, volvió a su cama rápidamente, cerró los ojos
con fuerza y de nuevo, se levantó. Al llegar frente al espejo comprobó aterrado
que sobre su cabeza se alzaban dos orejas picudas, como las de un burro. Corrió asustado
hasta su habitación y una vez tumbado sobre su cama, se cubrió con
una manta. Estuvo así por tiempo de diez minutos hasta que se destapó y caminó
sereno hasta el lavabo. El reflejo en el cristal no dejaba lugar a dudas, unas
enormes orejas de mula yacían sobre su cabeza. Julián se metió en el armario y
no salió, dicen, hasta haber pasado día y medio.
El final de este extraño caso es aun más sorprendente pero, lo que a mí me
gusta, es el principio.
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