Viajé
una vez al norte; allí el verde es un olor que empapa las piedras de unas
aldeas vacías, el silencio te alivia el alquitrán de la cabeza y los ancianos
tienen cara de un pulmón enorme y puro. En el norte no hay relojes, pero sí
perros que se tumban junto al postigo y verdina en los muros y en las fuentes.
Es diferente al sur. Todos los colores que aquí mueren de sol se intensifican
allá en el norte por la humedad, creo. Entonces el verde es más verde y el azul
más azul; y el pardo no consume los ojos, ni allana las laderas, ni cubre las
dehesas, ni envejece las iglesias, ni seca la comida de las bestias.
No hay cemento en el norte. Los gallos nacen los días, y el
despertar es un polvo descalzo y frío bajo mis pies. La comida es sápida; el
tomate es tomate, el pimiento pimiento y las acelgas nacen de la tierra, como
las farolas de Madrid.
Transformamos vino en
palabras aquella tarde.
Tres se unieron en un
silencio que dejó desnudos los recuerdos allá dentro.
Y yo, dormí en un risco,
en calma;
desde mis ojos.
Por una semana fui un
viaje al norte.
Una terma entre gargantas.
Tres
a
l o
n
d r a
s.