"El secreto está en saber escuchar esas voces dormidas"
Lucas Palafox, 1987

domingo, 17 de febrero de 2013

LA PROMESA



   Sentía cada una de las gotas de lluvia clavarse en mi rostro como afiladas agujas. El viento gélido y enfurecido aullaba entre sombras de pinos y coníferas de un lóbrego bosque que parecía querer engullirme a cada metro que avanzaba. La carretera, apenas una lengua de reptil que aparecía y desaparecía a su antojo. Dos destellos me seguían voraces, pero tenía claro que esos hijos de puta no me iban a atrapar, no estaba dispuesto a darles ese gusto. Sentí de nuevo el pinchazo en el costado y ese fuerte sabor a hierro que me impregnaba la boca. Los fuertes golpes de viento zarandeaban la Night Road a izquierda y derecha mientras, el maldito Patrol, aceleraba furioso, como una bestia, a escasos metros de mí. Pensé en ella, en la promesa que le hice y que jamás cumplí.

- ¡Malditos cabrones! Pues ahora que se jodan, ojo por ojo dicen.- Grité desesperado. Pero sabía que me habían quitado más de todo lo que yo sería capaz de arrebatarles en toda mi vida.

   Creí que tenía la cara empapada por la lluvia pero me di cuenta de que estaba llorando como un niño. Sentí el destello en el retrovisor, apreté fuerte los dientes y con toda la fuerza que fui capaz de reunir en mi brazo aceleré a fondo la Harley Davidson. Un ronco sonido ahogó el zumbido del viento y un remolino de hojarasca salió despedido de la rueda trasera. De nuevo el fuerte dolor en el costado, como un punzón. La moto perdía velocidad y pensé que aquel era el final, que la luz del Patrol me tragaría, que nada había valido la pena. Entonces la sentí, sentí que me daba fuerzas, que me había perdonado y que nunca dejó de quererme. Intenté acelerar de nuevo pero no tenía fuerza en la mano, la moto cayó y un amasijo de hierro y asfalto me envolvió hasta lanzarme al bosque. Debí de caer sobre una rama porque un gran crujido estalló a mi caída. Desde mi posición podía ver la carretera encima de la pendiente. No sentía frío allí, solo ese fuerte sabor a hierro que me acompañó desde el encuentro. Caí en un lugar oscuro e intenté no hacer ruido, solo sentía mis propios latidos, solo escuchaba mis propios latidos. Se acercaron los faros del Patrol al borde de la carretera y el motor se apagó. Tres sombras paseaban de un lado a otro del todoterreno, me buscaban. Cerré fuerte los ojos y lloré. Cuando los abrí de nuevo vi que la luz de los faros se desvanecían poco a poco, convertidos en un polvo dorado que descendía colina abajo. Una fuerte niebla comenzó a surgir del bosque, no sentía miedo ya, no sentía dolor. Hablé con el bosque, con la tierra. Me habló de mi pequeña y me dijo que no me preocupara por nada, que él me iba a ayudar, que no temiera porque me encontraran porque él sabía bien como ocultarme, lo había hecho ya otras veces. Cuando abrí los ojos una espesa niebla cubría el bosque, ocultándome, protegiéndome. 

   Cuando desperté no había rastro del sabor férreo, ni del dolor en el costado. Estaba cubierto por una larga túnica blanca. Alcé la vista y allí estaba mi pequeña, estaba preciosa, sentada en un pequeño columpio. Al verme se le iluminó la cara, tenía los mismos ojos que su madre. Cuando me vio, supo que por fin cumpliría mi promesa, que nunca volvería a separarme de ella.




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