"El secreto está en saber escuchar esas voces dormidas"
Lucas Palafox, 1987

martes, 16 de julio de 2013

AISLADOS


    El tiempo había corrompido las estrechas cabezas de aquellos enanos incomunicados y desprovistos de placeres.

    El extenuante trabajo en la mina no había hecho más que acentuar cruelmente un hambre que se hacía insoportable, hambre que oscurecía el alma de unos seres perturbados que ya no cantaban, no silbaban, no hablaban. Hambre, allí todo se reducía a hambre. Dios sabe que no me quedó más salida que someterme a sus esquizofrenias, que tumbarme inerte en esa urna de cristal como un reclamo, sobre un lecho atestado de flores embusteras mientras, paralizada por aquellas miradas dislocadas, los veía retroceder sobre sus pasos, sigilosos, quebrados, hasta quedar ocultos en el bosque.

    Unos labios húmedos me despertaron de aquella pesadilla, tacto sedoso de una caricia que logró despertar un suspiro dormido bajo mi piel, por fin un haz de luz entre tanta tiniebla, pensé. No dude en descubrir su rostro y aliviada abrí los ojos. Tras el príncipe los enanos se acercaban sobre pasos sordomudos, como animales, ansiosos, irracionales.

    Hasta sus tendones mascaron aquellos salvajes.




Garabato en un pequeño trozo de papel, nacido del bosque.



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